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viernes, 19 de enero de 2018

Cóndor negro -2- novela gratis



Capítulo 2

El recorrido hasta la Elenita era corto. Arturo Cifuentes que había estado recientemente visitando Londres, se dedicó a mantenerla entretenida. Era un hombre bastante agradable y con un humor muy divertido aunque la ocasión no era muy propicia para las risas.
El carruaje atravesó el oscuro corredor al tiempo que aminoraba la marcha. El paso principal estaba flanqueado por una fila de árboles a cada lado del camino y sus ramas se entrelazaban entre si formando un túnel denso y oscuro repleto de sombras. Al final del sendero, la gran puerta enrejada de la hacienda estaba iluminada por grandes antorchas donde varios vigías de Don Alejandro, todos ellos armados, esperaban a que la señorita regresara.
Y es que en Nueva Orleans las revueltas estaban a la orden del día, otros hacendados menos afortunados llegaban a ser saqueados y expulsados de sus propiedades.
En la oscuridad, la casa alta de dos plantas se recortaba contra la luna. Era un edificio de líneas rectas, de forma rectangular. En el centro de la hacienda se hallaba un gran patio empedrado con una soberbia decoración andaluza, en su interior lucía una hermosa fuente donde sus aguas cantarinas rompían el silencio al caer sobre un mosaico de azulejos.
Patricia se había sorprendido al ver la propiedad por primera vez. Había imaginado una mansión o incluso un rancho, ya que Don Alejandro no solo se dedicaba al cultivo, si no que poseía animales, sobre todo caballos de casta. Sin embargo aquel lugar le hacía sentirse en su propia casa, como si tuviera un trozo de su España entre los muros de arenisca rojiza. La edificación era un elegante cortijo.
Patricia acompañó al licenciado hasta la biblioteca, el sitio preferido de Don Alejandro y donde mayor tiempo pasaba.
 —Buenas noches, un caballero quiere pasar a saludarle tío— avisó Patricia, metiendo la cabeza en la sala.
Alejandro Mayor estaba sentado en un cómodo diván leyendo con interés una de sus novelas de misterio. Levantó la cabeza hacía ella arqueando las cejas con intriga.
 —Se trata de Don Arturo Cifuentes.
 —No me llame Don, por favor, solo Arturo—dijo el hombrecillo, ingresando tras de ella en la estancia.
 —¡Ah! ¡Arturo! —Alejandro se levantó con agilidad para saludarle. —Ya sabes que no necesitas presentación para entrar en la Elenita. Bienvenido seas.
Ambos hombres se saludaron con sendas palmadas en la espalda.
 —Se te ha echado mucho de menos por estos lares. Toma asiento Arturo. ¿Cuándo llegaste?
Patricia interrumpió la respuesta, adelantándose:
 —Yo me voy a mi dormitorio y les dejo para que charlen tranquilamente un rato. Estoy cansada y después de lo que ha ocurrido… —Adrede dejó la frase sin terminar. Sabía que Arturo se apresuraría a explicarle a su tío lo acontecido.
 —¿Qué ha sucedido?
 —Han asaltado la casa del senador Morgan durante la reunión. El Cóndor negro y sus secuaces esta vez se han arriesgado demasiado.
 —¡Pero eso es horrible! ¿Te encuentras bien sobrina?
 —Si claro, el señor Arturo ha sido de lo más amable. —Le hizo una reverencia, cogiéndose las abultadas faldas. —Espero verle pronto.
 —Yo también señorita Rey.
La joven caminó hacía su tío y le besó en la mejilla.
 —Buenas noches, que descanses.
 —Igualmente Paty.
Patricia los dejó enfrascados en una conversación que derivó a política. Ella recorrió el pasillo de vuelta y de una carrera llegó hasta las caballerizas. Solo una pequeña lámpara de aceite sobre un bajo muro iluminaba el lugar.
 —Paco ¿Estas por aquí? —susurró, buscándolo con la vista.
 —Estoy aquí, señorita—contestó el muchacho, saliendo de un oscuro rincón donde se había tirado a dormir. El joven no tenía más de trece años. —¿Necesita algo?
 —Si—le cogió de la muñeca y lo arrastró hacía el pequeño despacho ubicado en los mismo establos.— Debes hacerme un recado muy importante. Necesito que entregues algo a la señora Valeria.
 —¿Ahora? —el muchacho se restregó la cara intentando despejar el sueño que tenía.
 —Es muy importante Paco. —Aquel muchacho era el único que conocía sus secretos. Le consideraba su amigo aparte de ser su chico de los recados, y él, en su joven inocencia, se creía enamorado de ella y acataba sus órdenes sin rechistar. Le gustaba sentirse útil luchando por la causa. Patricia sacó del cajón los útiles de escribir y en unos minutos guardó la carta en un sobre. —Necesito que esperes una respuesta y sobre todo que no te vea nadie. Si te cruzas con algún oficial ten mucho cuidado.
 —No se preocupe señorita, me fundiré con las sombras. Nadie me verá.
 —Lo sé. —Patricia se inclinó ligeramente y le propinó un beso en la mejilla. Paco enrojeció.


Los soldados franceses se desplegaron por las silenciosas calles de Nueva Orleans en busca de los forajidos. Recorrieron todas las tabernas y tascas de la ciudad sin hallar al responsable del asalto.No era fácil dar caza al Cóndor negro. Era un hombre muy listo e inteligente al que además protegían los ciudadanos con ahínco.
Valeria recibió a la guardia con los labios fruncidos. Le desagradaba tener esa calaña en su local. Dejó que los hombres recorrieran la instalación haciendo notar lo ingrato que le resultaba y cuando por fin se marcharon, la mujer descendió hasta las bodegas. Allí abrió una trampilla que llevaba directamente al infierno de la tierra. Cerró tras ella y caminó hasta la pequeña sala donde varios hombres jugaban a las cartas.
Valeria, con las manos en las caderas, observó el botín que el Cóndor negro y sus hombres habían dejado en la mesa al descuido. Las joyas atrapaban las luces de las mechas que refulgían en el lugar.
 —De modo que has regresado—dijo acercándose hasta la mesa.
El Cóndor negro asintió sin levantar la vista de sus cartas.
 —¿No te encanta mi visita Valeria?
 —No cuando haces que todo el ejército entre en mi casa—respondió.
El Cóndor negro la miró con una sonrisa aniñada y el enfado de Valeria desapareció en el acto. Ese hombre era irresistible y encantador cuando se lo proponía. De eso se valía para salirse siempre con la suya, de eso, y de las buenas propinas que dejaba en el «tuerto».
El Cóndor negro tiró sus naipes sobre la mesa y se puso en pie para abrazar a la mujer con cariño.
 —¿No me digas que no me has echado de menos?
 —Hemos tenido una temporada muy tranquila sin ti. —Valeria sonrió al bandido, –me alegro mucho de que hayas regresado, Cóndor negro. Espero que tengas buenas noticias. —Saludó al resto de los hombres entre risas y abrazos. Todos ellos eran amigos de la infancia, se habían criado juntos y habían soportado más de lo que muchos hubieran hecho. Habían visto como su gente era apresada bajo falsas acusaciones, como subían los impuestos y echaban a las personas de sus hogares, como se iban apoderando de sus tierras y las riquezas que con tanto esfuerzo habían levantado en el nuevo continente.
 —Todo marcha viento en popa. En cuanto tengamos los diamantes en nuestro poder haremos el intercambio. Hasta el momento solo hemos conseguido unos cajones de armas, el resto irá llegando en los próximos meses.
 —¿Y cómo va lo de los diamantes? —preguntó uno de los compañeros del Cóndor negro.
Valeria intentaba no mirarle. Jhon Bardot gustaba de vestir el uniforme francés durante los asaltos, en más de una ocasión le había servido para pasar desapercibido por las calles de la ciudad. Valeria odiaba aquella ropa con todo su ser.
 —Lo tendremos pronto. —No quiso explayarse en el tema. No podía decirlos que la señorita Patricia Rey Castro se había unido a sus filas. Era su amiga y le debía lealtad por todo lo que estaba haciendo. Había prometido protegerla y lo haría con su vida si fuera necesario. Patricia no estaría envuelta en esa lucha de no ser por ella. Y el Cóndor negro, menos que nadie, vería muy mal aquella intromisión. —Voy a bajaros algo de comer y de beber.
Los hombres volvieron a reunirse en la mesa y ella se marchó por donde había venido, no sin antes pasar cerca del botín. Estaba feliz de que el Cóndor negro y sus hombres estuvieran por allí otra vez.


jueves, 18 de enero de 2018

Cóndor negro; Libertad. -1- Novela gratis

Hola amig@:

Acabo de recuperar una novela que tenía guardada en un cajón y me apetece mucho regalártela. La iré poniendo por capítulos y espero que la disfrutes mucho. 
Recuerda que no ha pasado por correctores aunque está debidamente registrada. 
  Este relato, escrito en 2012, no ha pasado por correcciones de ninguna clase. Soy madrileña y queda evidenciado en los laísmos que aporto. Por favor, fijarse tan solo en la historia. En mi historia.
Bree.

              Introducción.
Se hizo un repentino silencio en la sala de espejos y todas las miradas se volvieron hacía el arco de entrada.
Las joyas de las damas relucieron bajo las dos enormes arañas del salón produciendo destellos por doquier. Un buen recibimiento para un grupo bastante bien preparado.
Los seis hombres de peligroso aspecto no pasaron desapercibidos.
 —Damas, caballeros, — un sujeto con uniforme de oficial francés y rostro cubierto por un pañuelo de seda añil, se acercó hasta el límite donde comenzaban los escalones para descender a la pista de baile.  Observó a los invitados con ojo crítico. —Lamentamos mucho tener que interrumpir. Les robaremos tan solo un poco de su ajetreado tiempo…
 —…Y de sus pesadas bolsas—añadió otro, cubierto de negro de pies a cabeza. Un sombrero de ala ancha ocultaba sus ojos de la multitud. —Muéstrense tranquilos y saldremos muy pronto de aquí.
Varias exclamaciones ahogadas se elevaron entre la gente cuando las llamas de los candelabros comenzaron apagarse. Apenas dejaron los suficientes para ver con algo de claridad.
 —¡Esto es un atropello!—gritó el anfitrión, abriéndose paso hasta el centro del salón.
Un par de miras le apuntaron directamente al corazón y el hombre se detuvo, alzando las manos en claro signo de rendición.
Una matrona perdió el sentido cayendo sobre el frio suelo de mármol.
 —No se confunda senador, esto no es un atropello, es un robo.
 —¡no tienen derecho! ¡Están en una propiedad privada!
Las escopetas hicieron un débil sonido al accionar los percusores. Los murmullos y los lamentos que habían comenzado a inundar el salón se vieron interrumpidos por la inminente amenaza de aquellas armas.
 —Por favor—continuó el bandolero vestido de negro—, denles a mis compañeros todo aquello que les sobra, como esa gargantilla bella dama. —Se acercó a una muchacha que dé la impresión, les observaba con la boca abierta. —Por favor—repitió el hombre extendiendo el brazo hacía adelante con la palma abierta.
La joven se llevó las manos al broche con dedos torpes y no atinó con el cierre. No entendía lo que estaba sucediendo. Los ojos de horror con los que miró al bandido debieron ablandarle.
 —No se preocupe—dijo pasando tras ella. El hombre buscaba continuamente las sombras.—Con su permiso. Yo mismo aliviaré su carga. —Se lo quitó rozando la piel de sus hombros con dedos enguantados y ella supo que lo había hecho deliberadamente para asustarla, se apartó de él con prisa.
Los bandidos no tardaron mucho en apoderarse de las Joyas. Pendientes, sortijas, broches, algún camafeo, collares, gargantillas… y el dinero. Sobre todo el dinero, ya que las alhajas muchas veces aparecían de nuevo.
 —Ahora nos vamos a despedir. He apostado a varios de mis hombres por la cercanía para así poder estar seguro de que nadie nos seguirá. —El sujeto forzó la voz al hablar, como un áspero y frío susurro.
Una mano delgada se elevó entre la gente. El hombre de negro, que parecía claramente ser el jefe de aquella banda de salteadores, se giró hacia aquella persona sorprendiéndose de que se tratara de la joven que había tenido que ayudar con su collar.
 —¿Alguna pregunta para mitigar su curiosidad bella dama?
La observó. Era una muchacha hermosa de cabellos tan negros como el tizón y la piel pálida. No la reconoció, probablemente alguna forastera. Llevaba un vestido en tonos cremas con un amplio escote rodeado de una suave puntilla blanca.
La gente que estaba cerca de la muchacha dio un paso atrás. Ella los miró enojada pero cuando sus ojos se alzaron al bandido, le enfrentó con frialdad. Sus discos eran dos gemas del color de las olivas, verdes como las esmeraldas.
 —Me gustaría comprarle la gargantilla que me acaba de robar—dijo  con voz temblorosa pero totalmente clara. Volvió a mirar hacía los invitados por encima del hombro al escuchar alguna exclamación y enseguida regresó su atención al bandido. —Vera, era de mi abuela y es más un recuerdo familiar. En este momento no llevo dinero encima, pero si me espera que pueda ir a recogerlo… —Por mucho que disimulara se notaba a la legua lo asustada que estaba.
El hombre entreabrió los labios con sorpresa. Suerte que se ocultaba en la oscuridad de las sombras pues su rostro hubiera reflejado toda la perplejidad que sentía. ¿Estaba escuchando bien? ¡No podía creerlo!
 Uno de sus hombres soltó una carcajada, pero ella no se amilanó y con el mentón ligeramente desafiante volvió hablar:
 —Insisto. Para mi esa reliquia no tiene precio.
El jefe carraspeó, sin embargo ella le escuchó una risita ahogada. No le importó. Lo fundamental era que no se llevara su gargantilla.
 —¿Está usted hablando en serio, señorita? ¿Qué le hace pensar que voy a devolverle algo?
 —No es que me lo devuelva, yo se lo compro—le respondió con un brillo esperanzador en sus ojos. El tono de verde se había vuelto más luminoso y claro.
El bandido dio un paso atrás. Era el único que no llevaba el arma en la mano, de hecho no la había sacado de su cartuchera en ningún momento. Alrededor de la cintura llevaba un látigo de nueve colas. Era un tipo bastante alto y de aspecto fibroso. Lástima que ella no pudiera ver su rostro por más que lo intentara. Lo que si alcanzó a verle fue el brillo de unos dientes blancos y perfectos.
 —Cuando necesite venderla se lo haré saber—dijo él, girándose a la salida. Estaban perdiendo mucho tiempo. Debían marcharse antes de que dieran el aviso al ejército.
 —¡No! ¡Espere! —La joven caminó tras él pero dos de sus hombres le cortaron el paso. —¡ladrón!—gritó enojada—. ¡Bandido! Haré que le ahorquen. —Su voz hizo eco en el silencioso salón.
Los invitados volvieron a recular, sin embargo el jefe de aquellos salteadores no se dignó en volver la vista atrás, en cambio estudió por encima la joya de la muchacha. Era una filigrana muy hermosa con esmeraldas y pequeños brillantes. Las gemas verdes brillaron y por un momento se le fue a la cabeza los ojos de la joven que seguía mascullando en el salón. ¿Quién sería la forastera? Debía haber llegado mientras él viajaba. Una joven valiente e impulsiva. Iba a ser divertido tenerla en la ciudad. La joya no parecía que fuera muy cara. Se detuvo, lanzó la pieza hacia arriba y la volvió a coger en el aire. No pesaba mucho. La guardó junto a las demás y salió de la casa escuchando como su compañero, el del pañuelo añil, se despedía de los presentes.


Capítulo 1

—¿Por qué nadie ha intentado detenerlos?
 —Tranquilícese señorita. Son unos bandidos muy peligrosos y nosotros estábamos desarmados.
El Senador Jhon Morgan cruzó la sala con furia y ordenó a voz en grito que salieran hombres a buscarlos.
 —¿Cómo me voy a tranquilizar? —La muchacha, exaltada, miró a los hombres del salón que fingían no estar pendientes de sus palabras. «Atajo de cobardes todos» —Necesito recuperar mi gargantilla. —Se llevó la mano al cuello desprovisto de joyas y sintió deseos de llorar.—¿Quiénes eran? Necesito saberlo—exigió.
 —Le llaman el Cóndor negro. Es un bandolero que pertenece a los suburbios más bajos de Nueva Orleans. Nunca había oído que asaltara en casas. —El hombre que le explicaba bajó la voz hasta convertirla en un susurro. —Creo que tan solo quería provocar al senador. Asuntos de política.
La joven elevó sus elegantes cejas con gracia y se dejó caer en un sillón de terciopelo celeste. En seguida la llevaron una infusión de tila que ella aceptó con mano temblorosa.
 —A mí también me han robado y no organizo tal escándalo— dijo una señora, resignada, al pasar por delante de la muchacha.
Ella no pudo evitar oírla y la miró de arriba abajo. Quizá la señora tuviera razón y estaba dando demasiado el espectáculo. Después de todo, lo último que quería era que las miradas y los comentarios se centraran en ella. Cuanta más gente se olvidara de que acababan de ser robados mejor. Pero… tenía todo el derecho a enfadarse, a sentirse insultada, ofendida… ¡Debía recuperar la joya! ¡No tenía más remedio que hacerlo!
 —¿Que sabe sobre ese hombre, sobre el Cóndor negro? —interrogó a su acompañante.
 —Perdone—el caballero la miró con una sonrisa un poco seria, —¿Cómo era su nombre? No recuerdo que nos hubieran presentado.
Ella le observó y se dio cuenta de que era cierto.
 —Discúlpeme, soy Patricia Rey Castro. —Le tendió una mano. — Yo también creo que es la primera vez que nos vemos. Hace poco llegué de España, soy la sobrina de don Alejandro Mayor Bruguer ¿Ha oído hablar de él? —Tenía que saber quién era, pues su tío vivía allí desde siempre. Con un suspiro agitó la cabeza sin esperar contestación, todavía consternada por el asalto.—¡Es horrible! ¡Esto es una pesadilla! ¡Asaltada en casa de un senador! ¡Donde vamos a ir a parar!
El hombre la estudió con interés, posando sus labios en el dorso de su mano.
 —¿Sabe quién le puede explicar mejor sobre ese hombre? — Como ella negó, él prosiguió. Todavía sujetaba su mano. —Su primo Rodrigo. —Súbitamente se puso colorado, la soltó y acercó una silla. No quería que ella pensara que era un curioso. —Don Rodrigo y ese Cóndor negro se llevan a muerte. Su primo no disfrutará del todo hasta no verlo entre rejas o colgado por sus delitos. —Agitó la mano, —en la ciudad el Cóndor negro es como… un salvador. Lucha por el pueblo, por la igualdad, contra la opresión…
 —Robar a los ricos para dárselo a los pobres—dijo ella frunciendo la nariz con gracia. —¡Pero no es justo robar a gente inocente! ¿Es por eso que Rodrigo se lleva mal con ese… rufián? No me extraña.
 —Sí. Su primo no tolera la desobediencia, ni las rebeliones. Según él tenemos un gobernador bastante cualificado y justo. Y lo que está sucediendo con el pueblo son problemas causados por gente como el Cóndor negro que trata de tomarse la justicia por su mano.
Ella asintió.
 — Mi primo no vendrá hasta dentro de unos meses y eso si viene. —Patricia se volvió a pasar la mano sobre el cuello. Era de suma importancia que recuperara la joya, vital, de vida o muerte. — ¿Está seguro que él sabrá quién es ese bandolero? —No quería admitir que no conocía a Rodrigo en absoluto. Tan solo cuando eran críos se habían visto un par de veces. Él era unos cuantos años mayor que ella por lo que nunca se habían prestado atención.
 —Estoy seguro que su tío repondrá la joya—contestó el hombre—. Es mucho más importante que todos sigamos con vida ¿no le parece?
Patricia le miró con la vista nublada. ¿Más importante para quién? Para ella no, desde luego. Si no tenía esa gargantilla en menos de dos semanas, su propio cuello peligraba. Asintió preocupada.
 —No me encuentro muy bien, creo que voy a retirarme. —Se puso en pie con ayuda del caballero y le entregó la taza de porcelana. —Si tienen alguna noticia me avisaran ¿verdad?
Patricia miró la sala. Había algunas mujeres que lloraban asustadas tanto por el asalto como por la pérdida de sus adornos. Viéndolas así la joven no pudo entender tanto dramatismo. Esas damas estaban bien posicionadas y podían comprarse más gemas. Ella, no solo no tenía donde caerse muerta, gracias a dios que su tío la había acogido, su problema era que tenía que devolver la joya a quien se la había tomado prestada.
 —¿Y usted quién era? —le preguntó Patricia. Por el rabillo del ojo vio acercarse a dos jóvenes que últimamente la rondaban mucho. —Al final con todo este lio no me ha dicho su nombre.
 —Soy Arturo Cifuentes. Estoy seguro de que ha oído hablar de mí. En casa de don Alejandro me adoran. Soy uno más de la familia la mayoría de las veces, por no decir que soy el abogado.
Los ojos de Patricia se abrieron con sorpresa observando al hombre. Era un poco más alto que ella y bastante rechoncho. Era simplón con pinta de buenazo. Se cubría la calvicie con varios mechones de cabello oscuro que le quedaba bastante ridículo y nada favorecedor. Seguramente era soltero y a falta de conseguir mujer, y no porque realmente fuera feo, tenía una sonrisa bonita…
 —Es un placer para mí conocerle al fin señor Cifuentes. Es cierto que he oído hablar mucho de usted. Mi tío Alejandro le nombra mucho.
 —Señorita Rey ¿se encuentra usted bien? —les interrumpió uno de los jóvenes que ya había llegado hasta ellos. —Nos han avisado de lo del asalto. En ese momento me encontraba reunido en el jardín con dos caballeros y no nos enteramos de nada hasta hace unos minutos.
 —Sí, claro que estoy bien. —Les sonrió. —Ha sido el susto. Nunca me había sucedido nada igual. En España no pasan estas cosas. —Mintió, pero ellos no podían saberlo.
Patricia Rey Castro era española y había vivido siempre en su amado Ándalus. Era extrovertida y alegre hasta que poco a poco los franceses fueron trasgrediendo sus tierras. De la noche a la mañana sus padres, Don Álvaro Rey Luna y su madre Margarita Castro fueron acusados de traición a la corona.
Se vio desprovista de todo lo que había conocido, lujos, riquezas, todo quedó confiscado por las cortes reales hasta no demostrar la inocencia de sus progenitores.
Los familiares más allegados a Patricia optaron por enviarla al nuevo continente, a Nueva Orleans, donde Don Alejandro Mayor se había ofrecido acogerla hasta que alcanzara la edad de veintiún años, que era cuando la ley estipulaba que Patricia recuperaba sus bienes, o lo que quedara de ellos.
La suerte del destino quiso que en Nueva Orleans viviera una de sus mejores amigas, Valeria Juanés Domínguez. Valeria y ella habían compartido dormitorio en el convento de las Teresitas durante los últimos tres años de curso. Valeria llegó de América, un país que continuaba con sus conflictos y luchaba por la independencia, pero sus padres habían querido que se educara en España. Valeria siempre había sido rebelde e impulsiva, habían pensado que un lugar como un convento  trasmitiría humildad en su hija. No sabían que Valeria no deseaba cambiar.
Desde que Patricia y ella se habían separado la correspondencia había sido fluida y constante. Valeria a su regreso se había encontrado en la misma posición en que Patricia se hallaba ahora. Al menos sus padres no habían sido encerrados, eso sí, despojados de todo por los franceses que en ese momento dominaban Nueva Orleans bajo mandato por orden del nuevo Rey de España, José Bonaparte. La familia de Valeria no abandonó la ciudad pero su ruina era enorme.
Patricia comenzó a conocer algunos de los oscuros secretos de su amiga y poco a poco, sin darse cuenta, se halló sumergida en los negocios de Valeria. Al principio Patricia había sentido miedo, Valeria ya le había advertido que no era legal, y después de decirla cuanto la iban a pagar por ello no pudo desestimar la oferta. Si conseguía toda esa fortuna sería capaz de sobornar al mismísimo rey para conseguir la libertad de sus padres. De un modo u otro se había propuesto sacar de aquel injusto encierro a quienes se lo dieron todo y ayudar a Valeria a recuperar lo suyo, de manera que se había convertido en confidente, agente secreto de su amiga y espía de los franceses que habitaban la ciudad. Si ahora por culpa de la gargantilla había estropeado los planes… ¿Qué podrían hacerla? ¿Colgarla?
En cuanto llegara a la Elenita se pondría en contacto con Valeria. Debía advertirla sobre lo ocurrido. Si la gargantilla no aparecía antes de que la señora Delaware la echara en falta, la acusarían de robo, y lo peor de todo es que no había terminado de hacer un buen boceto sobre la pieza. Solo con el borroso bosquejo que tenía no lograría que la joya falsa quedara perfecta.
De repente su vida se estaba levantando a bases de mentiras. No estaba muy segura de que sus padres vieran con buenos ojos en lo que se estaba convirtiendo gracias a las cortes españolas. Cuando tuviera que darles explicaciones, porque las tendría que dar ¿Qué les diría? Empezaría hablando de su intachable tío Don Alejandro Mayor. Un hombre afable, tierno, justo, pero sobre todo el mejor actor que haya existido sobre la faz de la tierra.
Don Alejandro había calado profundamente en ella. Aparentaba ser todo lo que no era, y la mayor culpa de todo lo tenía su hijo Rodrigo.
Patricia y su primo aún no se conocían, excepto en la niñez de alguna vez que coincidieran. Pero ya sabía cómo era él, egocéntrico. Su padre así lo había descrito. A Rodrigo le importaba un comino que la gente de las aldeas y la ciudad pasaran hambre, o que el gobernador se comportara peor que un tirano, siempre que no fuera él el perjudicado. Ya les pagaba una buena suma de dinero y buenas relaciones con las cortes españolas.
Su círculo de amigos era como él, pensaban como él. La misma muchedumbre que seguía deambulando por la casa del senador esperando que alguien dijera algo.
Don Alejandro le había presentado aquellas personas que la habían acogido excepcionalmente bien por ser familiar de quien era. El Mayor Bruguer era admirado en la clase alta y aristocrática de Nueva Orleans. Pero Don Alejandro llevaba una doble vida. A escondidas de su hijo donaba parte de sus cosechas a la tasca «el tuerto». En ese sitio, regentado por Valeria Juanés, se encargaban de hacer llegar los alimentos a los más necesitados.
En cuanto Rodrigo regresara a casa, Patricia debería fingir que no era consciente de los negocios turbios de su tío. Por otro lado le costaba no poder admitir ante Don Alejandro, la amistad que la unía a Valeria. Cuanto su tío menos supiera de ella mejor. Aunque eso significase luchar por la misma cruzada desde diferentes bandos. Derrocar la injustica de los franceses sobre la ciudad.
A Valeria y a ella difícilmente se les pudiera relacionar de antes de haber llegado al país. Aquello no impedía que se viesen, al contrario. «El tuerto» proporcionaba los mejores espectáculos flamencos del mundo. Grandes cantaores y guitarristas, bailaores famosos llegados desde el mismo Madrid.
Valeria debía reservar incluso mesas, y para dar más publicidad, Patricia cantaba los viernes por la noche, lo cual fascinaba a los amigos de Rodrigo y a la elite. Ver a una honorable dama sobre un escenario siempre llamaba la atención. De modo que la tasca era el punto de reunión.
Después de la jugarreta del Cóndor negro se convertiría en ladrona, o como poco en sospechosa. Muchos testigos vieron como fue ella la última en guardar la gargantilla en el cofre.
Todo estaba saliendo bien, la joya estaba en su poder preparada para hacer la copia perfecta, y en vez de ello ¿Qué había hecho? Decidir lucirla en la reunión. ¡Vaya metedura de pata! ¿Cómo iba a imaginar que podían asaltarla en un sitio público? Desde luego a sus padres les costaría entenderlo, pero rogaba que todo valiera la pena para poder volver a reunirse los tres.
 —Caballeros, espero que me disculpen. —Agitó la cabeza con suavidad, el rodete estaba muy bien ajustado sobre su coronilla por lo que tenía el cabello perfectamente arreglado. —Prefiero retirarme ya. Todavía me encuentro un poco nerviosa.
 —¿Le importa si le acompaño a la Elenita? Me gustaría saludar a Don Alejandro—preguntó el abogado, con cortesía.
  —¡No faltaría más! Me hará bien ir acompañada—le sonrió.
 Arturo se vino arriba cuando ella aceptó su brazo. Profundamente halagado por la elección de la dama, sonrió a sus compañeros con presunción.
Si en la cabeza de Patricia no hubiera estallado una guerra psicológica de voluntades, habría reído al ver el gesto del licenciado. Parecía un gallo de corral con el cuello estirado ante los demás, dispuesto a picar al primero que se acercase. Pero ella pensaba en ese momento, en lo sucedido. Necesitaba alertar a Valeria, averiguar dónde podía localizar al Cóndor negro… negociaría, suplicaría si hiciese falta. Si aquello no funcionaba, debía buscar un nuevo lugar donde esconderse.
 —Ese Cóndor negro…  ¿Alguien sabe quién es?
El hombre negó.
 —¿Por qué le interesa tanto ese hombre? —preguntó Arturo.
 —Él no, pero necesito hablar con él.
 —¿De qué se trata señorita Rey? —El abogado reflejó preocupación en su mirada.
 —Hoy no puedo decírselo. Es un pequeño problema que espero solucionar en breve, pero pudiera ser que en algún momento necesite de su experiencia como abogado. Es agradable saber que puedo contar con usted.
 —Sería un placer para mi poder servirla—dijo alegre, con los ojos brillantes de ilusión. —Si le sirve de consuelo, le diré que muchas de las joyas que roban siempre aparecen.
 —¿Ah sí? —Se extrañó. Su gargantilla no lo haría. En cuanto el bandido supiera en cuanto estaba valorada la joya, posiblemente hasta fuera capaz de retirarse, eso si los hombres de Delaware no lo cogían y lo despedazaban antes. —Quizá he exagerado más de la cuenta, —quiso restar importancia a su inminente problema. —Un collar no es más que un adorno.
 —Y usted es tan bella que no necesita ninguno, aunque claro, sé lo mucho que a las damas les encantan esas cosas.
 —¿Sí? ¿Lo sabe? —rio—.Creo que usted es un poco libertino.
 —Uno hace lo que puede.
Patricia supo que con un poco más de tiempo, Arturo estaría dispuesto a comer de su mano si ella lo pidiera. Compadeció al hombre, había resuelto utilizarle para sus propios fines. Procuraría hacerle el menos daño posible sin que saliese perjudicado.
Patricia había nacido con una picardía ladina. Con solo cambiar la expresión de sus ojos por una mirada de cordero asustado, y sonreír temblorosamente, conseguía lo que se propusiera, al menos eso había sucedido con sus padres y los que la rodeaban.


viernes, 22 de diciembre de 2017

Conferencia Retiro 2017

Hola, hoy siento ganas de contaros algo, se trata de una pequeña crónica de lo que sucedió ayer en el encuentro de escritores de Penguin Random House.

Resulta que yo, como soy una caga prisas, salí pronto de casa. O mejor decir que quise salir pronto, porque al final, entre que me duchaba, me restauraba, y hacía los macarrones para no dejar sin comer a los tres caballeros que viven en casa, salí con la hora pegada al culo.
El caso es que solo llegué tarde unos diez minutos pero nadie pareció notarlo. Con picardía me uní a todos los escritores que había en la entrada fingiendo que llevaba un rato por allí (gracias al cielo aún no habían abierto la puerta de la sala donde nos íbamos a reunir, si no no hubiese funcionado mi truco)
Los primeros minutos fueron besos, abrazos, saludos, felicitaciones por mi publicación en papel... hasta que alguien dijo:
-Vamos a ir entrando que parece que se han olvidado de nosotros.
De modo que allí que fuimos y poco antes de acceder a la sala, estaba en el fondo de la biblioteca de la casa de las fieras en el Retiro, nos dieron a todos una estrella con nuestro nombre para ponérnoslas de manera que nos identificáramos . La encargada de darla era Almudena, una amiga que conozco de muchos años, aunque apenas nos vemos. Me encanta cuando nos encontramos. Es de esas personas que aunque pase el tiempo, es capaz de retomar la conversación en el punto que se quedó la última vez.
 Yo que siempre llevó el pelo recogido, ese día lo dejé suelto y mi estrella decidió pasar más tiempo allí que en mi pecho. (Cada dos por tres alguien venía a quitármela de la cabeza)
Le dí un gran abrazo a Lola Gude (hacía poco había sido su cumpleaños y estaba deseando verla). Ella es uno de los motores más importantes de la selección y si hemos conseguido grandes cosas, mucho ha sido por su constancia, tesón y esfuerzo.  Y por el cariño que le pone a todo lo que hace.
 Espero que no se me olvide nombrar a nadie, aunque sé que eso va a ser muy difícil porque había mucha gente por allí.
Ilu, guapísima y natural como siempre. Laura Socias, la pobre se tuvo que marchar por no encontrarse del todo bien. Marisol, una persona más maja que todas las cosas (Tuvo un detalle con todos. A mi me regaló un marca página precioso de una de mis novelas. También saludé a Marion SLee, la conocí en la firma de libros y es una persona muy alegre y cariñosa, a parte de eso nos une que ambas publicamos juntas el 18 de octubre, de modo que somos compis de primeros pasos en papel.
Me senté al lado de Araceli, que como Almudena, o Susana (lady Zarek) nos conocemos de hace años de la página del rincón romántico. (siempre decimos que somos de la casa, como también lo es Lola Rey, con quien pude hablar muy poco) Estaba mi Gertru (Ana Fernandez Malory) Ella y yo casi que empezamos toda esta historia de la mano y nunca perdemos el contacto. Ruth M Lerga estaba genial, como siempre, si es que la quiero mucho...

Con Nieves Hidalgo apenas pude charlar, y es que había un lío con los móviles, todos queriéndonos hacer fotos con todos. Por lo menos pudimos saludarnos.
Ah, conocí Alejandra Macol, es una muchacha encantadora y muy guapa. ¡Me hubiera gustado charlar contigo más tiempo! Y con Nuria Rivera, Maria Ferrer Payeras (me alegro de que a tu hija le encanten los quecos de trampa) es que están fenomenal.
 Saludé a Concha Alvarez, me dio pena luego no poder quedarme a la terrazita. Isabel Jenner, a quien tenía ganas de felicitar en persona por su novela Oriente en tus ojos que me encantó. A Bela Marvel, me trasmite mucha fuerza y alegría cada vez que la veo. Es una chula y ella... lo sabe.
Creo que no pude charlar a Adriana Ruben, que estaba guapísima. Raquel Mingo (que no la conocí ese día) La vi, sí, pero no sabía que era ella. Últimamente las cabezas no funcionan muy bien.
Charlé con Ana Álvarez, con Chris, me encantó conocerla y descubrir lo simpática que es. Angela Drey, Maria Jose Tirado con su nuevo cambio de look( se ha puesto el pelo de un color... fuerte)
Marisa Sicilia, encantadora como siempre, y que me aconsejo algo (se lo agradezco un montón) me gusta aprender las grandes como ella.
Y ahora estoy segura de que seguramente me estoy olvidando de más personas, y es que cuando comencé a escribir esta crónica que tenía perdida entre los borradores, era una de las primeras reuniones y luego creo que hemos tenido otra más. O quizá no y ya esté liada. ¿Os he dicho que también estuve con Rosa Gámez? Puff, que mal intentar continuar con esta publicación después de tanto tiempo. Prometo que en la siguiente reunión hago una reseña como dios manda.

Un abrazo.
Sandra.

Las portadas de Sandra Bree


domingo, 17 de septiembre de 2017

Desde siempre te conozco

Palacio de Menfis, Egipto. Siglo 26 a.C.

La pequeña Naunet nació durante una noche de furiosa tormenta. Las aguas que manaban de oscuras nubes asentaban el polvo del desierto formando pantanosas lagunas. Los relámpagos desgarraban el firmamento iluminando las tierras de Egipto hasta alcanzar la luz de día para luego sumirse en las más oscuras y profundas de las oscuridades.
Naunet rompió a llorar en el mismo momento en que asomó su blanca carita por entre las piernas de Henutsen. Sin embargo, guardó un repentino silencio cuando sus ojos, negros como el azabache, cayeron sobre el pequeño Asim, hijo del tyaty, que espiaba tras la gigantesca columna de granito.
Egipto despertó con las nuevas noticias.

«Jufu, el faraón de Keops, había tenido otra hija.


Así comienza la leyenda jamás contada de Henutsen. ¿No te provoca leer más?
El día 29 sale la novela Desde siempre te conozco, en todas las librerías digitales. En Fnac ya la puedes encontrar en preventa.
Dejo la portada y el book trailer para ir abriendo el apetito. 



jueves, 14 de septiembre de 2017

Un truhan encantador publicado en papel

Hola amigos y amigas, lectores, lectoras, escritores, personas y mundo en general. Sí, habéis leído bien. Un truhan encantador sale publicado en papel el 18 de octubre.
 Para mí ha sido toda una sorpresa que decidieran que Alana y Colbert cruzaran la frontera de lo digital. Yo estoy más que contenta, y ellos seguro que están dando botecitos de felicidad dentro de las páginas del libro.
La novela sale con una portada nueva. Una portada diseñada por Rosa Gámez, una gran profesional, y sobre toda una amiga.
Dejo un pequeño fragmento del truhan y la cabezona. :D Pasad feliz día.


Colbert quiso reírse al ver el atónito rostro de la
muchachita, sin embargo, no se permitió ese gesto. Ella
merecía una lección y tener un poco más de consideración
con sus mayores.
—Con un simple «gracias» es suficiente.
—Estás de broma, ¿no?
Se acercó a ella dando un rápido paso y se detuvo a
escasos centímetros.
—Creo que sería lo justo. —Su paciencia llegó al
límite. Las chicas guerreras le gustaban hasta cierto
punto. Esta estaba sobrepasando la frontera de la mala
educación y, desde luego, si no fuese la hermana de su
cuñada, habría recibido un trato muy diferente. ¡Eso
bien lo sabía Dios!
Ella se colocó las manos en las caderas y se encogió
de hombros con despotismo.
—Ponte cómodo, señor Wakefield, porque vas a
tener que esperar sentado —diciendo eso, se dio la vuelta
hacia las escaleras y desapareció de su vista en un
abrir y cerrar de ojos.

miércoles, 19 de octubre de 2016

El secreto de Julia ¿Qué se dice de la novela?


La dama salió del ayuntamiento absorta en sus pensamientos. Estaba ansiosa por
llegar a su casa y responder la solicitud de oferta. Por fin iba a vender la antigua casona
familiar que tanto odiaba y tan malos recuerdos le traían.
Un sujeto se interpuso en su camino, y ella alzó la cabeza sorprendida.
—¡Madame Fontaine Sculptée! —El lord inglés Frederick Fegurson hizo una
exagerada reverencia—. Un placer volver a verla.
—Milord —saludó ella apenas inclinando la cabeza. Se apartó, decidida a
continuar su camino. Lord Fegurson había sido camarada de su esposo y tan odioso
como él.
—Por favor, permítame acompañarla.
Caroline le lanzó una mirada despectiva.
—Se lo agradezco, milord, pero creo que estaría mejor yo sola.
El hombre ignoró sus palabras y echó andar junto a ella. Que Caroline lo
fulminara con los ojos, no lo volvió menos atrevido.
—Una dama como usted no debería caminar sola. Alguien podría molestarla.
—¿Cómo usted? —respondió ella con una pregunta. Siguió caminando.
En otro tiempo, habría mostrado más respeto por él, pero ahora era viuda e
independiente y le importaba un pimiento la posición de aquel hombre. Ella era
marquesa y tenía tanto peso como él en la sociedad.
—¿Por qué se muestra tan irritante conmigo, madame? —dijo el hombre con los
dientes apretados. La tomó con fuerza de un brazo, haciendo que se detuviese—. En
cierto modo, al ser tan íntimo de su familia, me siento responsable con usted.
—Le recuerdo que era amigo de mi esposo, no mío —respondió ella queriendo
liberarse. El lord no cedió, y ella lo atravesó con una fría mirada—. Si no me suelta
ahora mismo, formaré tal escándalo que lo oirán hasta en la China.
Lord Fegurson presionó más sobre su brazo, iba amenazarla cuando un hombre,
que se había detenido tras la dama, dio un paso en su dirección.
—Madame acaba de decir que la suelte. ¡Hágalo! —avisó en un peligroso
susurro.
El lord observó al recién llegado y, como si de repente el brazo de Caroline
quemara, la soltó.
—Trataba de ayudar a la marquesa —se disculpó.
—Pero ahora madame no necesita su ayuda. —Se giró a ella con gesto
interrogante—. ¿Verdad?
Caroline, sin palabras, se encontró mirando un par de ojos grises translucidos en
una cara bronceada. Su cabello era rubio con finas hebras plateadas, al igual que las
patillas que resaltaban un rostro firme de rasgos severos. Tenía una boca de labios
generosos que en aquel preciso momento no reían.
—¿Necesita su ayuda? —insistió el hombre con gesto interrogante.
Ella negó azorada.
—No la necesito.
—Ya ha escuchado a la dama —volvió a decir el intruso.
Lord Fegurson efectuó una disculpa y se marchó apresuradamente, con el rabo
entre las piernas.
—No debería provocarlo, monsieur Delón —le advirtió Caroline—. Lord
Fegurson es un tipo muy… muy… —no encontraba ningún sinónimo de despreciable.
—¿Vengativo?
—Eso, vengativo —afirmó nerviosa. Gérard era un hombre muy atractivo.
Vestía de oscuro, elegante pero informal, sin chaleco, sin pañuelo, lazo o corbatín.
Llevaba chaqueta, y la camisa de seda beige tenía los primeros botones desabrochados.
—¿Se encuentra bien? ¿La ha ofendido en algún modo?
—Estoy bien, monsieur, ha sido usted muy amable —contestó agradecida y
atacada de los nervios. Ese hombre hacía que le temblaran hasta las rodillas. Desde que
él había entrado en escena, el rubor era constante.
—¿Tiene mucho trato con ese hombre? —preguntó Gérard, volviéndose para
observar calle arriba por donde había desaparecido el tipo—. Hay personas que no
tienen ni una pizca de educación. —La miró con un brillo muy singular en sus ojos
grises y le ofreció el brazo—. ¿Me permite acompañarla? Si confía en mí, por supuesto.
Las mejillas de Caroline ardieron a fuego vivo al darse cuenta de que el hombre
había presenciado su mala contestación al lord. Posó su mano sobre su chaqueta casi sin
tocarlo.
—Lord Fegurson es un antiguo amigo de mi difunto esposo. Es un hombre muy
persistente en cuanto a demostrarme sus atenciones y se cree con un derecho especial.
—Miró al hombre rubio y lo vio desviar sus ojos al frente. Caroline disimuló una
sonrisa al haberlo pillado estudiándola con rostro admirado—. Piensa que necesito que
me protejan.
—No me ha parecido que quisiera protegerla. —Comenzaron a caminar por la
calle en dirección contraria a la que había seguido el lord—. Diría que ese chevalier
debería ser advertido de que no vuelva a molestarla.
Caroline tembló ligeramente emocionada. Muchas noches había soñado con
pasear del brazo de Gérard Delón, justo desde la primera vez que lo vio hacía muchos
años, el mismo día que él se casaba con la norteamericana y ella acudió como invitada,
dos temporadas antes de ser presentada y obligada a casarse con el viejo marqués.
—No se preocupe por mí, monsieur. Por la forma en que ha salido corriendo al
verlo, he comprobado que le teme. La próxima vez que se me acerque, lo amenazaré
con avisarle a usted.
—No dude en hacerlo, madame Fontaine Sculptée. Iba a comer algo antes de
regresar a casa, ¿quisiera acompañarme?
—Solo si me llama Caroline —respondió controlando que él no pudiera ver la
súbita alegría que se había adueñado de ella.
—Muy bien, Caroline.
Su nombre dicho por Gérard sonaba hermoso, como si arrastrase las palabras
con lentitud.

reseña


¿Y tú a que esperas para leerla?
Por cierto, me gustaría saber vuestras opiniones sobre la novela.

Bree.